PK: Los que hacen el camino al andar*

Filosofía de vida, camino a la autosuperación, el Parkour es una disciplina francesa que se exportó al resto del mundo. Cada vez más jóvenes argentinos se le animan a este acrobático desplazamiento por el espacio urbano.

*Texto Soledad Arréguez Manozzo y Fotografía de Tomas Ballefin de la agencia NAN

Los cuerpos se contraen y expanden por todo el espacio. Suben y bajan por los vericuetos del entorno urbano: burlan con saltos las barreras de concreto, escapan con agilidad de los abismos arquitectónicos y, por momentos, se suspenden en las cornisas de la ciudad. Ellos se desplazan de un punto a otro lo más fluido y rápido posible sorteando los obstáculos del camino trazado. Esta es la esencia del Parkour, una disciplina que desde Francia se exportó al resto del mundo. Para los traceurs, sus practicantes, es mucho más que un mero desplazamiento: es una filosofía de vida, la de un camino a la auto superación.

Correr, saltar, mantenerse en equilibrio, medir el riesgo, confiar en uno mismo, superar las dificultades, los obstáculos, y continuar avanzando. Es un trabajo físico y mental, al que cada vez más jóvenes se animan en la Argentina. La mayoría comenzó a practicarlo por la adrenalina que se desprendía de los videos que llegaban vía Internet desde Francia. En las plazas, daban los primeros pasos, solos o en grupos, en esta disciplina que debió luchar con los prejuicios de una sociedad, que los consideraba “locos” o “vándalos”.

El primer paso es estar en buen estado. Esta disciplina es una derivación del “método natural”, utilizado en entrenamientos militares. Tiene movimientos básicos como “catleaps”, “monkey”, “kong” después, es empezar a conocerse uno con el espacio. “Es una disciplina que requiere concentración y preparación. A medida que uno va entrenando va creando una visión periférica y más entrenada, cuando en principio veías una mesa, después ves una para pasar por arriba”, explica Hakim Cuperman, entrenador de Parkour Baires, una de las comunidades más grandes del país. En el club GEBA de Buenos Aires, entrenan ese grupo de traceurs. En un salón amplio, los jóvenes en medias o zapatillas se mueven por el piso como arácnidos, saltan por los recovecos de la pared, se abalanzan por los aros de gimnasia y caen en colchonetas.

No hay reglas ni normas: cada traceur ("el que hace el camino", en francés) se apropia del movimiento pautado y lo transforma en otro. Incluso, se suele hacer un recorrido y cada uno opta por hacerlo de una manera propia. No hay dos desplazamientos iguales: manos adelante o atrás, pies juntos o separados. Por eso, en diferentes regiones del planeta surgen otras escuelas del PK.

El factor común es la fluidez y su lema es “ser y durar”. Cuando un ejercicio termina, empieza otro. “La velocidad, la fuerza y el empuje se busca después de que el movimiento está naturalizado. Si uno hace bien el ejercicio no transporta el peso al piso. Así se mantiene la fluidez en un movimiento corto y conciso”, describe Gabriel Pons, entrenador de Parkour Baires.

Para muchos jóvenes el Parkour (“recorrido” en francés) es una filosofía de vida. “La idea es poder sortear los obstáculos para una auto superación personal. Es satisfacción personal. Uno después lo puede traspasar a un plano emocional y personal y convertirlo en un modo de vida”, asegura Cuperman. Esta experiencia se comparte con los que recién se inician. Para Pons, el PK le dio un giro a su vida: “Cambié por completo: aprendes a ocuparte de las cosas, disfrutar de lo que hay en el camino y no en lo que viene. De alguna manera, esto te cambia la perspectiva”.

Todo comienza en un espacio estudiado, para después salir al medio exterior. “En Europa, se ve cómo entrenan por las terrazas, acá no tenemos la misma suerte. En principio te asocian con un ladrón que salta por los techos”, cuenta. Un buen traceur, explican, busca no molestar al otro. Se concentra en sus movimientos. “No es una cuestión de transgredir. Está la obligación de respetar al resto: no vamos a saltar la reja de una casa”, remarca Pons.

Estos acróbatas urbanos emprenden la tarea de confiar en sí mismos y no tener miedo. Deben realizar los movimientos sin ponerse en peligro. “No es como las películas”, aclaran. El traceur no salta si no está seguro de que conseguirá realizar cierto movimiento. “Hay un estudio previo, porque podes pisar una pared de durlock y se hizo un agujero. Se hacen los ejercicios, porque son seguros. Es importante ver el espacio adonde te vas desenvolver. La duda es uno de los enemigos más peligrosos”, cuentan los entrenadores.

Para algunos, esta disciplina es como un juego traído de la infancia: trepar por los árboles, saltar vallas y escalones, correr por la terraza. Es buscar la alternativa al camino tradicional. Para aquellos que le imprimen un trabajo más acrobático, con mortales y piruetas, surgió con los años el “Free running”, una disciplina que se centra más en lo estético que en la fluidez.

No compiten contra otras personas. La meta está en superarse uno mismo. La motivación es el cambio. En Parkour Baires, no hay límites de edad. No se requiere equipamiento ni herramientas. El único consejo es utilizar calzado y ropa cómoda, que permita una gran movilidad para moverse sin trabas por el entorno urbano.


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